Hermann Ungar
Los mutilados
Siruela, 2012
Una obra poco conocida de un autor poco conocido pero que goza de un fuerza vigorosa, como un escalofriante juego de relaciones entre vivos desolados y quienes viven muertos en vida. Angustiosa y opresiva, Los mutilados (1923) ve una nueva edición de la mano de Siruela, que recupera la traducción del alemán de Ana María de la Fuente que fuera publicada por Seix Barral en 1989 y que era casi imposible de encontrar (y que también acaba de reeditar el pasado marzo, por lo que nos encontramos con dos ediciones del mismo título al mismo tiempo).
Quizás sea la obra más importante de su autor, el checo Hermann Ungar (1893-1929), de origen judío y contemporáneo de la Praga de Max Brod y Franz Kafka, aunque su profundo individualismo le convirtió en un ser solitario en relación a su carrera literaria. Una obra escasa, con dos novelas, esta titulada Los mutilados y La clase (1927), además de dos libros de relatos, Niños y asesinos (1923) –estos dos también fueron publicados por Seix Barral–, y Los viajes de Colbert (1930), que vio la luz tras su temprana muerte a causa de una hipocondría derivada de las graves lesiones que sufrió durante la Gran Guerra, en la que combatió entre 1914 y 1916.
Toda su narración está cargada de un fuerte rictus psicótico, en donde los personajes no viven sin sufrimiento y sin pesadillas, sobre los que planea un constante desequilibrio emocional. Esto se nota claramente en Los mutilados, donde sus protagonistas viven oprimidos por sus fantasmas personales, casi como en un ejercicio de llevar al extremo la condición humana más gris y oculta. Franz Polzer vive una vida rutinaria pendiente del tiempo y de sus miedos que parece no tener nada que no pertenezca al mundo de la oficina de su banco y de su casera, Frau Porges, una viuda excesiva que somete al oficinista a una especie de esclavitud emocional. A su lado aparece un amigo de la infancia, Karl Fanta, cínico, rico y muy retorcido por su invalidez progresiva, que es atendido por un personaje mucho más extraño, Sonntag, un antiguo matarife reconvertido a enfermero que está fuertemente atacado por una exaltación mística. Ambos se instalan en la casa de Frau Porges y la relación entre los cuatro se torna viciada, enfermiza, malsana. En palabras de Thomas Mann, se trata de «una sabia familiaridad con el vicio, la vergüenza y la miseria».
En la edición de Seix Barral presentan a Ungar como el “redescubrimiento de un Kafka olvidado”, pero si en el famoso autor de La metamorfosis sus escritos parecen parábolas, en Ungar todo se torna grotesco y delirante, estrambótico y extremo, algo que lo relaciona en cierta medida con otro gran texto de la narrativa centroeuropea de entreguerras, Auto de fe (1935), escrito por Elias Canetti (1905-1981) y que no puedo dejar de recomendar también en la edición de sus obras completas publicada por Galaxia Gutemberg en 2003.
Javier Herrero
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