martes, 6 de marzo de 2012

La Regenta


Leopoldo Alas, Clarín
La Regenta (Alianza Editorial, El Libro de Bolsillo, edición 2012)

Nota de Clarín en la revista
Madrid Cómico del 3 de septiembre 1898
El siglo XIX tiene algunas figuras literarias de importancia esencial que recorrieron el mundo y su sociedad con sus novelas de estilo naturalista: En la Rusia zarista, Nikolai Gogol, Leon Tolstói o Fiodor Dostoievski; en Francia, Gustave Flaubert, Honoré de Balzac o Émile Zola; en Inglaterra, Charles Dickens, y en España, sin duda ninguna, Leopoldo Alas, Clarín (1852-1901) y Benito Pérez Galdós, fueron la voz crítica de un siglo en el que la la burguesía lastraba una sociedad paupérrima lastrada por la miseria que se abría a la revolución industrial y a la reivindicación de los derechos de los trabajadores. Los patrones antiguos comenzaban a ser puestos en entredicho y, frente a la generalizada incultura y el casi universal analfabetismo del pueblo, algunos escritores plasmaron los rasgos y las taras de un mundo que se transformaba cada vez más rápidamente. Atrás quedó el romanticismo y la cruda realidad se imponía como argumento recurrente de la obra de los literatos. Hay que admirar, además, la gran calidad narrativa que une a todos estos autores, capaces de traspasar el discurrir de la vida a las letras con una precisión casi mágica, con un dibujo de personajes tan exhaustivo como una filigrana que late y vive entre las páginas, casi como la vida misma.
Para muchos, y con la obligada disculpa a Galdós, Leopoldo Alas, Clarín, representa la cumbre de la novela del siglo XIX, fundamentalmente por una novela: La Regenta, escrita entre 1884 y 1885. Clarín, zamorano de nacimiento, fue un gran narrador de cuentos un muy conocido articulista de la época. Su filosofía liberal, republicana y anticlerical le permitió plasmar en sus textos, y sobre todo en La Regenta, su desilusión ante una sociedad corrompida, apagada y poco estimulante para los espíritus abiertos.
La narración que cuenta La Regenta es en apariencia simple: se trata de un triángulo amoroso, como tantas y tantas veces a lo largo de la historia de la literatura. Sin embargo, Clarín se sirve de la inmejorable descripción de los personajes y del viciado entorno en el que viven para lograr que leyéndola sintamos que nos introducimos en el mundo real que viven los protagonistas de la misma. Hay quien dice que, pese a su extensión, es tan perfecta que no sobra ni falta ni una sola palabra.
En Vetusta, el pueblo donde sucede la trama, una melancólica y paralizada ciudad de provincias (que no es sino un remedo de Oviedo), el narrador nos cuenta las desventuras de Ana Ozores, conocida como la Regenta. Es una mujer de una hermosura elegante y una moral intachable, que no encuentra demasiados estímulos en la vida que lleva y se siente constantemente atormentada y con ansias de llenar los vacíos que ocupan su espíritu. Sus aflicciones están siempre en sus palabras cuando se confiesa con el canónigo magistral, Don Fermín de Pas, que secretamente está enamorado de Ana y se comporta casi como si fuera su marido. Pero en escena aparace don Álvaro Mesía, un embaucador hipócrita y vulgar del que Ana se enamora pese a que sea espiritualmente inferior a ella. Entre medias, multitud de personajes que hacen que exista Vetusta como un personaje más, en el que se destilan prejuicios, vicios, ambiciones y pesares, como un arquetipo de la sociedad española del momento.
Como comenta Ricardo Gullón (1908-1991) en el prólogo al libro, Clarín utiliza el recurso de la retrospección, habitual en la literatura de la época, para configurar la personalidad de sus personajes, utilizando los recuerdos pasados que nos indican por qué son com son. Pero añade que Clarín se sirve también de dos recursos poco frecuentes: la anticipación, con la que prevé sucesos que podrían ocurrir en el futuro, y que activan la atención participativa del lector, y la inversión, con la que esboza los procesos de transformación tanto de los protagonistas como de la ciudad misma. 
La historia de un trío en el que la pasión, el amor, la moral y el deseo se transforman en un drama que fustiga las vidas de los protagonistas. Una narración que es como zambullirse en la vida real y, como decía Tolstói al hablar de Ana Karenina, «El propósito de un escritor no consiste en resolver una cuestión de una vez para siempre, sino en obligar al lector a ver la vida en todas sus formas, que son infinitas». 
Así es La Regenta.
Javier Herrero

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