miércoles, 5 de septiembre de 2012

Frankenstein


Ilustración para una edición de Frankenstein de 1831
Mary Wollstonecraft Shelley
Frankenstein
(Alianza editorial, El Libro de Bolsillo, edición 2012)

Sin ninguna duda, este es uno de esos casos en los que una obra se come literalmente a su autor. No es fácil lograr que un personaje de ficción se universalice de la manera en la que lo consiguió el de esta novela, Frankenstein o el moderno Prometeo, escrita en 1818 por la narradora, biógrafa, ensayista y dramaturga londinense Mary Wollstonecraft Godwin (1797-1851) quien, casada con el poeta romántico y filósofo Percy Bysshe Shelley, adoptó el nombre por el que se la conoce en la historia de la literatura: Mary Wollstonecraft Shelley. Hija de dos filósofos, el político William Godwin y la feminista Mary Wollstonecraft, la autora plantea algunas reflexiones en su más famoso libro que quizás a más de uno le resulten extrañas si recuerda lo que la imaginería cinematográfica nos ha revelado sobre los personajes de Frankenstein.

Retrato de Mary W. Shelley realizado por Richard Rothwell 
en 1840, expuesto en el National Portrait Gallery de Londres

El cine ha otorgado carácter de mito al monstruo creado por el científico loco, expulsado del colegio de médicos por sus ideas revolucionarias para crear vida en el laboratorio. La gran pantalla nos ha puesto rostro a ese ser creado en el laboratorio y nacido del galvanismo, una teoría creada por Luigi Galvani que relacionaba el sistema nervioso de animales y humanos con la electricidad y que trajo en el siglos XVIII y XIX teorías sobre las que sería posible inferir vida a la materia inanimada mediante la electricidad. Todos recordamos al doctor Frankenstein encerrado en su laboratorio, escondiéndose de los recelos de sus conciudadanos, para lograr crear vida de fragmentos de cadáveres cosidos entre sí para formar un nuevo ser. Todos sentimos cierta nostalgia y pena por el resultado de sus experimentos, con un inolvidable Boris Karloff en el papel del monstruo, a medio camino entre la inocencia y una maldad que no puede dominar...
Pero lo cierto es que la novela original de Mary W. Shelley está algo alejada de la imagen que nos ha grabado el cine en nuestra memoria. Con una gran dosis de romanticismo y una narración gótica y llena de referencias a los libros de aventuras, los personajes de este libro soportan el peso de las cargas morales y afectivas que los unen para siempre, como en los amores eternos que trascienden el tiempo. Aparte de que el cine modificó hasta el nombre del protagonista y su dedicación (en el libro, Frankenstein se llama Víctor y ni es doctor ni barón), la narración discurre por paisajes mucho más románticos y describe el relato que Víctor le hace al expedicionario de viaje por tierras del Polo Norte, el capitán Walton. Se trata de un joven apasionado por los descubrimientos que en su periplo por hallar algún misterio inexplorado por esos parajes inhóspitos, se topa de manera inesperada con Víctor a punto de morir en esos mares helados mientras persigue al que fue fruto de sus experimentos: el monstruo, la bestia o, realmente, tal y como se describe, el fruto de sus esfuerzos, su propio hijo. Tras narrar las peripecias de sus investigaciones, en las que no se describen experimentos con campos eléctricos ni con rayos ni nada por el estilo, el ambicioso científico muere y provocará un sentimiento inmenso de pena a la criatura que él creó. Una narración llena de reflexiones morales, metafísicas y con más elementos propios de las novelas de aventuras y de la ciencia-ficción que del terror propiamente dicho, género al que el cine ha unido a esta novela para siempre, convirtiendo al monstruo en una leyenda instalada en el imaginario colectivo.
Mary W. Shelley escribió esta nueva visión de otros mitos anteriores (Prometeo, Fausto, Golem, La bella y la bestia...) tras una especie de reto con su marido y George Gordon Byron, John William Polidori y su hermanastra Claire Clairmont cuando estaban pasando un verano en una casa de campo cerca de Ginebra, en Suiza. Durante las tertulias que tenían idearon escribir cada uno un relato relacionado con algún suceso fantástico y, pese a que los demás no llegaron a cumplir su promesa, la escritora sí lo hizo y dio a luz esta novela inmortal, apasionada y apasionante, creando un personaje que trascendería todo el resto de su producción narrativa, trascendería a su propia autora e incluso a su propio siglo. Algunas películas de este personaje son inolvidables, pero el libro es esencial.

Puedes ver la encantadora y terrorífica escena de la niña y el monstruo
en la versión cinematográfica de Frankenstein que James Whale filmó
en 1931 pinchando aquí.

Javier Herrero

Nota: Nuestro amigo Carmelo Arcos nos ha hecho unas puntualizaciones sobre este libro que le agredecemos enormemente:
En el verano de 1816 Mary escribió un esbozo de lo que después, revisada y aumentada, sería la novela Frankenstein. Pero el resto de ‘contrincantes' también cumplió con su parte. John Polidori escribió un esbozo de lo que después se convertiría en El vampiro, primero atribuido por los editores a Byron y después acreditado a su verdadero autor. Shelley escribió Fragmento de un cuento de fantasmas; Byron lo que se conoce como Fragmento de una novela, y Claire Clairmont un relato o unos poemas que se perdieron o destruyeron. Que el fruto ‘literario’ de aquel verano encantado no alcanzase la difusión y popularidad del Frankenstein no es ni de lejos algo que pueda resolverse con un engañoso “ninguno de ellos cumplió su promesa”.

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