lunes, 25 de junio de 2012

Fausto


Alexander Sokurov
Fausto (Faust, 2011) Cameo

Como si de un ballet de vanguardia se tratara, el director ruso Alexander Sokurov mueve a los personajes de su última película con un gran sentido coreográfico. Nada parece escapar a un cuidadoso plan creativo. Los ciudadanos macilentos y entristecidos deambulan por un mundo amarillento, distorsionado, enfermizo y necesitado. Un mundo en el que zumban las moscas y las ratas campan a sus anchas, donde surgen perros tan hambrientos como los humanos, se respiran hedores enfermizos y aparecen venenos que no matan pero que sí consiguen desvelar la lujuria, la avaricia y la envidia de los seres miserables que pululan agolpados.


—¿Qué hace la muerte? ¿Se desaparece del todo?— pregunta la joven Margarita al doctor Fausto, que pretende conquistarla para satisfacer sus deseos lujuriosos.
—La ciencia niega la existencia de la muerte— responde Fausto.
—La vida dice lo mismo— comenta Margarita.
—Es verdad.
—¿De qué sirve la ciencia, entonces?— insiste la joven
—Sirve para llenar el mundo— concluye el doctor en una secuencia que, entre todo el sufrimiento que llena el mundo, quiere ser un momento romántico.


Porque, efectivamente, esta película es la adaptación que Sokurov ha realizado de la novela Fausto del alemán Johann Wolfgang von Goethe (1749-1832). Claro que, siendo quien es. el director ruso no se limita a transcribir este extraño pacto del hombre con el diablo. sino que lo utiliza para conjurar su propio universo creativo y de pensamiento, llenándolo de preguntas absolutas que puedan darle sentido a la existencia y cordura al hecho de estar vivo entre vivos. El Fausto de Sokurov pasea con el diablo mientras formula preguntas sobre la dirección de la vida o el porqué de sentir el alma si no tiene ubicación física en nuestro cuerpo. Este Fausto es un doctor martirizado por dudas existenciales y epistemológicas y, como relata la novela de Goethe, también trata de solventarlas mediante un arriesgado pacto con el diablo, que aquí toma una extraña forma antropomórfica, como un hombre deformado en su físico, abyecto y obsesivo en su manera de comunicarse, con cinismo, sarcasmo y gran displicencia por los problemas de los seres humanos.


Sokurov apelotona a los personajes, los cruza, los aplasta, los angustia. Sus cuerpos se retuercen como presas de un conjuro o una condena de la que no pueden escapar. Quizás, precisamente, el hecho de estar vivos entre vivos, como si fuera un preludio del castigo infernal. Sokurov deforma las imágenes, las distorsiona, las vuelve enfermizas, como si fueran reflejos en espejos irregulares, incrementando con ello la inquietud que reina en el mundo que describe y, a la vez, logrando unas hermosísmas fotografías que se acercan tanto al arte plástico como al mismo arte cinematográfico, del que, sin duda, el director ruso es uno de esos pocos que tiene un firma especial. Una forma de hacer cine tan diferente que es capaz de cerrar nuestra mirada enmarcando la película en un cuadro negro, como si observáramos todo a través de un ventanuco, convirtiéndonos como espectadores en una especie de voyeurs y logrando incrementar aún más nuestra inquietud con ello.
Sokurov logró con esta película el León de Oro a la Mejor Película en el pasado Festival de Venecia, a pesar de que su cine se hace complejo, difícil y laberíntico. Pero es que Sokurov es un artista con mayúsculas, un director que corre su propia carrera sin competir con nadie y sin seguir los caminos de otros. Tiene un lenguaje propio y distintivo. Es martirizante, como lo son los pensadores. Es molesto, como lo son los creadores. Es bello, como los son los poetas.
Puedes ver el trailer de Fausto pinchando aquí.
Javier Herrero

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