Fernando San Basilio
El joven vendedor y el estilo de vida fluido
Impedimenta, 2012
«Desde que ha empezado a leer El estilo de vida fluido de Archibald Bloomfield, Israel intenta vaciarse de sentimientos negativos –por ejemplo, la envidia– y, en la medida de sus posibilidades, ama a todo el mundo. Israel ya no permitirá que sentimientos como la envidia absorban su energía psíquica y lo lleven a la entropía emocional. Esto se ha terminado, ya no va a ocurrir nunca más».
Israel trabaja en un corner del centro comercial La Vaguada de Madrid. Es un pequeño establecimiento comercial e independiente empotrado dentro de otro establecimiento. La vida fluye a su alrededor. La gente circula por ese gran hormiguero dedicado al consumo y al ocio, lleno de estímulos y de marcas, de música y de colores brillantes. Las rutinas diarias y semanales de su trabajo se suceden con precisión absoluta y la vida de Israel, nombre arquetípico, es ahora serena y ha logrado abandonar todo anhelo romántico que pueda angustiarle siguiendo las directrices y las ideas que contiene el libro de autoayuda que está leyendo, precisamente El estilo de vida fluido de Archibald Bloomfield.
La sociedad de las marcas y el alienamiento que produce el sistema capitalista saltan a la narrativa de ficción en la tercera novela del madrileño Fernando San Basilio. Lo hace con mucha ironía aunque de manera despiadada, situando a su protagonista, Israel, en una acción paralizante. En Ulises, el irlandés James Joyce (1882-1941) situó a su personaje Stephen Dedalus en una búsqueda obsesiva de su padre. En El joven vendedor y el estilo de vida fluido, San Basilio coloca a su protagonista en una búsqueda de su propia identidad y, como en Ulises, también la acción transcurre en un solo día, y hace del centro comercial La Vaguada el universo entero de la vida, como, en la novela de Joyce, era Dublín el centro orbital de la existencia de los protagonistas.
No está exenta de humor la novela de Fernando San Basilio, aunque de un humor entristecido y melancólico. Su narración me trae a la memoria el universo alienante que retrató Carlos Muñiz (1927-1994) en su más famosa obra de teatro, El tintero (1961). También recuerdo esa otra de la que hablé hace poco, Los mutilados, de Hermann Ungar (ver). Todo ello por la caída existencial de los personajes de estos libros en un universo cerrado y agobiante que no deja de ser el que crean sus propios miedos, frustraciones o deseos.
La prosa de San Basilio es fluida y compleja a la vez, utilizando largos párrafos que son como largas disquisiciones que mantiene el protagonista consigo mismo. Fernando San Basilio hace que esas pequeñas cosas que nos rodean constantemente con esos estudiados estímulos agresivos se conviertan en los elementos sustanciales que mueven el comportamiento individual y colectivo, provocando, al final de la narración, una sensación casi de desesperanza, una angustia vital por nuestro autoimpuesto modo de vida tan encerrado en el mundo del consumo.
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Javier Herrero
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