José Saramago, dibujo realizado por Javier Herrero |
José Saramago
Claraboya (Alfaguara, 2012)
Como le ocurrió a otros destacados escritores
españoles, también el portugués
José Saramago (1922-2010) tuvo inicios difíciles en su carrera y, como ellos, fue el realismo social tocado con una especie de naturalismo mágico lo que le sirvió estilísticamente para plasmar sus primeros argumentos creativos. Como Rafael Sánchez Ferlosio con El Jarama (1955) o Juan Goytisolo con Juegos de manos (1954), Duelo en el Paraíso (1955) o Fiestas (1956), el escritor portugúes también recurrió a la descripción de la sociedad de su época en esos inicios, con más o menos subterfugios que aquellos para retratar un mundo mustio y grisáceo ahogado por las dictaduras que sufrían cada uno de los países, Salazar en Portugal y Franco en España, y que convertían la difícil vida cotidiana de los habitantes más humildes en un ejercicio de supervivencia y en el aliento que alimentaba la esperanza de una vida más saludable, física y espiritualmente.
José Saramago (1922-2010) tuvo inicios difíciles en su carrera y, como ellos, fue el realismo social tocado con una especie de naturalismo mágico lo que le sirvió estilísticamente para plasmar sus primeros argumentos creativos. Como Rafael Sánchez Ferlosio con El Jarama (1955) o Juan Goytisolo con Juegos de manos (1954), Duelo en el Paraíso (1955) o Fiestas (1956), el escritor portugúes también recurrió a la descripción de la sociedad de su época en esos inicios, con más o menos subterfugios que aquellos para retratar un mundo mustio y grisáceo ahogado por las dictaduras que sufrían cada uno de los países, Salazar en Portugal y Franco en España, y que convertían la difícil vida cotidiana de los habitantes más humildes en un ejercicio de supervivencia y en el aliento que alimentaba la esperanza de una vida más saludable, física y espiritualmente.
No obstante, si Ferlosio y Goytisolo tuvieron
una relativa buena fortuna con la publicación de sus primeros trabajos,
Saramago sufrió peripecias dignas de ser noveladas por el propio autor, que
vinieron a sumarse a sus orígenes humildes, su formación no universitaria y a
ser un desconocido en los medios literarios. En 1953, con 31 años, entregó el
manuscrito de Claraboya a una editorial para que lo leyeran y pudiera optar así
a una posible, aunque difícil, aprobación para ser publicada. Pero sus anhelos
y sueños de escritor quedaron suspendidos en una especie de limbo ya que nunca
recibió respuesta de la editorial, ni positiva ni negativa. Pilar del Río,
presidenta de la Fundación José Saramago, de quien fue esposa y traductora de
su obra al castellano, argumenta en la introducción a Claraboya que los réditos
editoriales, tanto económicos como de prestigio, que pudiera producir la novela
no justificaban el esfuerzo necesario para lidiar con la censura de la época,
por lo que la editorial dejó de lado la novela del joven escritor. Quizás nunca
la leyeran, pero lo cierto es que no le informaron de su falta de intenciones
para publicarlas. Un silencio que hizo que Saramago tardara 20 años en volver a
publicar.
Pero la vida da muchas vueltas y el que fuera
un tímido escritor procedente del pueblo llano y alejado de las élites
culturales adquirió con su esfuerzo e inventiva una voz propia que le convirtió
en un autor mundialmente famoso y que, como todo el mundo sabe, alcanzaría la
gloria literaria cuando se le concedió el Premio Nobel de Literatura en 1998.
Y, cuando José Saramago ya era un escritor
reconocido, en los tiempos en los que estaba creando la fabulosa El Evangelio según Jesucristo (1991), recibió una extraña llamada procedente del
pasado. Aquella editorial a la que había llevado Claraboya le devolvía la
llamada casi cuatro décadas después afirmando que acababa de encontrar el
manuscrito de la obra durante una mudanza y que, ahora sí, se ofrecían a publicarla.
Saramago se acrcó a recoger su novela y ni dio permiso a esa editorial para
publicarla ni permitió que se hiciera mientras él viviera. Tal fue la profunda
desazón que supuso para el escritor reencontrarse con un amargo recuerdo del
pasado que pudo ser clave para que nunca hubiera existido el autor que hoy
conocemos como José Saramago.
Hoy, dos años después de la muerte de su
autor, los muchos aficionados que somos a la obra del genio portugués, podemos
disfrutar de la recuperación de esta obra de sus inicios que es recibida como
si de una nueva novela de Saramago se tratase. Una obra en la que aún no se oye
la voz tan singular que hizo tan característica su literatura, pero en la que
sí se anticipan los argumentos, personajes y preocupaciones sociales que
centrarían su corpus artístico.
En Claraboya se descubre también un escritor
excepcional, dotado de una aparentemente sencilla capacidad para retratar a los
personajes y sus circunstancias vitales, de una muy creíble narrativa en la que
podemos zambullirnos para descubrir las ilusiones, esperanzas, problemas y
deseos resueltos o insatisfechos del vecindario de un humilde barrio lisboeta,
en el que cada día no parece tener nada distinto de otro día cualquiera ya
pasado, pero en el que todos los días ocurre algo de lo más trabajoso y difícil
de experimentar que le sucede a cualquier persona: vivir.
Una delicia narrativa que, si bien no se
reconoce en ella al Saramago que juega con las palabras revolucionándolas, sí
penetra con su lectura, sus emotivos personajes y con un atrevimiento
argumental avanzado para la época en la que fue escrito.
Javier Herrero
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