martes, 13 de mayo de 2014

El paseo infinito

Una de las postales promocionales de El paseo infinito


Daniel Higiénico
El paseo infinito
Autoeditado, 2014

Daniel Soler es un artista multidisciplinar, cantante y autor de canciones, hombre total de espectáculo, clown y todo un gran maestro del escenario, capaz de llenarlo él solo con su acidez, mordacidad y sátira musical. Precisamente, en el terreno de la música, se le conoció mucho y bien por la España de los años 90 con su banda Daniel Higiénico y la Quartet de Baño Band, con la que giró presentando su intensa, divertida y heterodoxa trilogía El poder de flipar.
Pasado el boom de la banda, Daniel ha seguido grabando discos, autoeditándose y autoproduciéndose (ya lleva 12 y está preparando uno nuevo), con el nombre artístico de Daniel Higiénico. Pero, claro, a un artista musical para el que la palabra es tan importante a la hora de expresar sus inquietudes, sus amores y desacuerdos por la sociedad en la que le ha tocado vivir, irremediablemente le tenía que latir con fuerza la tentación de escribir textos más largos que los de una canción, crear frases engarzadas con el argumento propio de una novela. Y, tras un libro ya editado de cuentos, Personajes y su Hidalgo (2002), Daniel emprendió la tarea de convertirse en un autor de novela.
Y lo ha logrado. Sin duda. Lo ha conseguido. Es importante destacer que ha utilizado el sistema tan versátil y cada vez más extendido (hasta que el Gobierno se lo cargue) del crowdfunding, con 308 personas que han aportado recursos a la financiación del proyecto (ver aquí).

Daniel Higiénico
Para su novela, Daniel ha partido de sus propias dudas como escritor, de su propia inseguridad a la hora de abordar una tarea tan compleja y las ha convertido en la trama central del libro, titulado El paseo infinito.
Precisamente es el vértigo del escritor ante el papel en blanco y ante la temida falta de inspiración para llenarlo de argumentos lo que da inicio a esta loca, disparatada (a veces, absurda), endiablada, soñadora y vibrante novela. Que también, por cierto, es muy divertida, aunque a veces pueda llegar a marear con su casi 1.000 personajes (¡sí, 1.000!). Personajes que, como el edibicio que los cobija, van tomando cuerpo, van adquiriendo consistencia a medida que el escritor los cita y conforme el lector los lee. Pero, ¿no se trata esto del principio etológico de toda la literatura?
Agárrense los machos (¡perdón por la expresión!) y prepárense para viajar por un inmenso edificio en construcción, conociendo durante el trayecto a los personajes que lo habitan y a los escritores que les dan forma, que, como un juego de muñecas rusas, van descubriendo las ficciones y las realidades uno dentro del otro, escritor que escribe lo que otro le dicta que, a su vez, escribe al dictado de lo que otro escribe y así sucesivamente. Un escenario con forma de gigantesco bloque de viviendas que se convierte en una estrafalaria metáfora de la sociedad, irritantemente vital, en la que vivimos (y que tantas veces ha cantado Daniel en sus discos).
A pesar de los errores gramaticales del libro, que los hay, sin duda, y que parecen hacer compañía a un argumento ansioso de acabar convertido en novela real, introducirse en El paseo infinito es como abrir una puerta a ensoñaciones continuas, a intrigas desquiciadas y a caminos que no se sabe muy bien a dónde podrán llevar. Imagino que así ha debido de sentirse el propio Daniel mientras escribía el libro. El caudal de información convertida en personajes es abrumador y pasan tantas cosas en ese edificio que, cuando acabas la novela, te sientes un poco vacío, quizá aturdido, aunque (al menos, a mí me ha sucedido) con la sensación de haber conocido a (alguno de los muchos que hay) personakes encantadores (por majos y por mágicos).

El mundo editorial es extraño a veces. La criba de los que pomposamente se llama CULTURA (con mayúsculas) hace que queden en el camino y nos perdamos muchas aportaciones (quizá más llenas de ingenio que de calidad literaria) que no hacen sino enriquecer también nuestras propias experiencias culturales. Muchos de estos libros están realizados de manera autoeditada y, gracias a las nuevas tecnologías y a las redes sociales (como también le está sucediendo a la música) hoy pueden distribuirse y llegar a los lectores afines al margen de las editoriales y distribuidoras tradicionales.
Recuerdo otra experiencia emocionante e insólita en el mundo de la literatura cuando, durante una de las Feria del Libro del Paseo de Coches del Retiro madrileño, un individuo me ofreció su propio libro, autoeditado y distribuido mano a mano, entre los visitantes de la feria. se trata de Jaime Centurión que había escrito un libro de título muy chocante: Tocándome los cojones (1992). El atractivo de su nombre y la trama viajera que planteaba me atrayeron sobremanera y pude disfrutar de otro libro inesperado, por divertido, heterodoxo, desvergonzado y recomendable.
Un libro que, como otros y el mismo de Daniel Higiénico, pueden sufrir los dardos de la ortodoxia literaria (insito en que conviene cuidar algo más la corrección gramatical), pero que están llenos de vida, supurándola por todos los poros del papel que los contienen.
Puedes ver el book-trailer de El paseo infinito pinchando aquí.
Javier Herrero

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