miércoles, 25 de junio de 2014

Congreso de futurología


Stanisław Lem

Stanisław Lem
Congreso de futurología
Alianza Editorial, El Libro de Bolsillo, edición 2014

Un locura, una verdadera locura. Un disparate que está más cerca de nuestro mundo actual de lo que a priori pueda parecer. Anticipándose en unas cuantas décadas a tantas situaciones actuales, el escritor polaco Stanisław Lem (1921-2006) nos mete en un vertiginoso, veloz y desenfrenado periplo por el mundo de la realidad y lo imaginado. Como siempre lo hizo, se convierte con Congreso de futurología, escrita en 1970, en un visionario, en un anticipador de los terrores más desoladores de nuestra actual sociedad.
Congresistas que viajan sin parar de asistir a encuentros profesionales, de todo pelaje y condición, sin tiempo siquiera para atender realmente a los contenidos de los discursos de dichos congresos y, ni siquiera, sin intención ni voluntad de que sirvan de algo útil para resolver los problemas que en ellos se plantean.
Sistemas de seguridad que ya sufrimos en nuestros tiempos, con aeropuertos armados y prevenidos hasta la paranoia ante posibles atentados. Terroristas que se extienden por todo el planeta con los más peregrinos e iluminados discursos para justificar sus acciones. Envenenamientos en masa de los productos básicos alimentarios, con intencionalidades desestabilizadoras, agrupadoras o de simple negocio. Alteración hasta el punto de descalabro del medio ambiente...
Podría ser una novela de ciencia-ficción en la década en la que fue escrita, pero hoy ya nada de eso nos sorprende. Para que quede claro por dónde iba Lem, solo hace falta leer este párrafo de las primeras páginas de Congreso de futurología:
«En el estrado habían colocado un cartel adornado con el orden del día del congreso: el primer punto se refería a la catástrofe urbanística mundial; el segundo, a la catástrofe ecológica; el tercero, a la catástrofe atmosférica; el cuarto, a la catástrofe energética, y el quinto versaba sobre la crisis alimenticia, después de lo cual llegaría una pausa para comer. Las catástrofes tecnológica, militar y política habían quedado relegadas a la segunda jornada, junto con las conclusiones».
¿Les suena de algo? ¿No se parece sospechosamente a lo que nos cuentan a diario los informativos? Estremece ver que el mundo parece caminar con los ojos tapados hacia un abismo de magnitudes inimaginables en cuanto a alimentación, ecología, libertades... Ya estamos en eso.
Y, de nuevo, Lem vuelve a convertirse en un anticipador nato. El personaje central, el astronauta Ijon Tichy (también protagonista de los fascinantes Diarios de las estrellas, igualmente reeditados en El Libro de Bolsillo) se presenta como invitado a un congreso que se celebra en el país llamado Costarricania. Durante su estancia comienzan los atentados terroristas de todo tipo y las represiones de las fuerzas de seguridad para prevenirlos y apaciguar a la población. Para lograrlo, utilizan sustancias psicotrópicas de última generación que distribuyen en el agua, en los alimentos, como bombas que explotan expandiendo la sustancia... Los diferentes viajes por las realidades que las sustancias van provocando se suceden continuamente, unos detrás de los otros, llevando a nuestro protagonista (y al resto de la población con él) a cambiar de plano de realidad rápidamente hasta que, en algunos estadios se encuentran en una especie de beatitud de felicidad.
Y decía que esto es también premonitorio (quizá sea al revés) porque es ni más ni menos que el argumento principal y básico de una película de culto (y no sé por qué), Matrix, dirigida en 1999 por los Hermanos Wachowski. Una sociedad sedada desde su nacimiento que cree vivir en una realidad muy diferente de la verdadera realidad.
Lem, sin ambargo, va mucho más lejos que la película (plana en su argumentario) y hace que Ijon Tichy pase por una realidad tras otra y nos vuelva realmente locos a los lectores que tratamos de orientarnos para averiguar en qué plano de realidad nos encontramos (o se encuentra el protagonista), convirtiendo esta novela en un viaje fascinante por los recovecos de la imaginación más alocada. Lo dicho, una locura (fabulosa, eso sí).
Javier Herrero

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